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LUNARTE

viernes, enero 19, 2007

LORCA SIN LÌMITES, LORCA ENDUENDADO
Por: Nati Rigonni
Collage: Gracia 2006
“…el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.” Federico García Lorca
Me llenó de emoción la expectativa de hablar de Federico, y al igual que Vicente Gómez Montero, tenía propuesto en un principio, mirar a pupila abierta al dramaturgo. Le pedí a Federico que se acercara a mí nuevamente. Me propuse hundirme como una espina: inocente y feroz en la palma de su mano: quería hacerme con dos gotas de su sangre unos pendientes para lucirlos este día. ¿Por qué dramaturgia si bien es más conocido mi oficio de poeta que el de actriz, o modesta autora de teatro de títeres? Quizás porque la primera vez que se tendió un puente maravilloso entre el público y mi esencia fue a través del teatro, en mi infancia, a principios de los años 80 con el Grupo Cultural Infantil “El chinampín”, con el que por cierto, realicé 2 visitas al CERESO de Orizaba, presentando sketches inventados por nosotros mismos: éramos niñitos desquiciados y fluorescentes. Pero en aquel entonces apenas conocía a Federico por uno o dos poemas sueltos. Fue hasta llegar a la escuela secundaria, al leer “Poeta en Nueva York”, que empecé a reconocer el ritmo de su sangre. Y después, en el bachillerato –con mi participación en “La zapatera prodigiosa” (en la que hacía el papel del “niño”) y en “la casa de Bernarda Alba” (en la que hacía el papel de la “criada”)- fue cuando sentí de lleno su magia, su fuerza. Federico García Lorca es hoy por hoy un consentidazo, un autor favorito; sus obras se siguen –y se seguirán- representando y recreando. No hay falla, es junto con Shakespeare, una constante. Y no resulta una casualidad que así sea, Federico logra apresar una situación y estrujarla, estirarla, degustarla, agotarla, medirla desde todos los ángulos posibles; logrando perfilar de un modo sutil empero contundente, los diversos cuerpos de cada personaje. Me refiero a que nos muestra de ellos: su fisonomía, sus sentimientos, su mentalidad, su grado de espiritualidad y su consciencia o inconsciencia ¡todo de una palmada! Y ello se debe a que el teatro lorquiano está conformado de poesía, es Poesía, pero además es actual. (Pongamos por ejemplo su farsa “La zapatera prodigiosa”: El coqueteo de la zapatera con los diversos “mozos”, bien puede compararse con el coqueteo que cualquier otra “casada” pudiera tener en el Chat con diversas personas, ya no digo sólo hombres, porque en Internet, nunca se está bien seguro de quien habla al otro lado de la línea.) Pero como les comentaba en un principio, me había preparado y ya tenía citas y comparaciones de sus obras de teatro para hacer evidente la carga poética que las hace eternas… No obstante, de último minuto, todo cambió: un acontecimiento personal y uno histórico, me hicieron decidir referirme a otros dos textos escritos por Federico: una Charla en torno al teatro y un ensayo, una conferencia en torno a la fuerza vital del verdadero artista de la cual “Sólo se sabe que quema [...] como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida.” Y estamos aquí congregados, en el aniversario 70 de su muerte, para rendir homenaje a un hombre que renegaba de las etiquetas. La muerte, que le tomó –quizás- desprevenido, le confirió la etiqueta de “victima del absurdo y la intolerancia”. ¿Por qué celebrar su final y no el inicio de sus días? Un nacimiento es una puerta abierta a infinitas posibilidades… ¡Deberíamos celebrar el arribo a este mundo de su Mente creadora, luminosa, sensible! Pero, no es un nacimiento ni su alegría de manos diminutas lo que hace surgir al duende, que es decir “el espíritu oculto de la dolorida España”, y me atrevo agregar: el espíritu oculto de nuestro México pleno de magia. Pues según Lorca: “En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país. […] Al duende ¬–continúo citando a García Lorca¬- hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.” Y una vez pronunciado lo anterior, les compartiré aquello que me decidió a cambiar, o mejor dicho transformar la temática: Una celebración de la Muerte, la aceptación a corazón recién florido del fallecimiento de dos seres amados y respetados por su obra, por sus acciones, por sus palabras: Rafael Ramírez Heredia y Mamá Callita: mariposa 88, abuelita de sonrisa como leche tibia, niña pájaro que también se decidió a ascender, girando, hacia el azul ligero de la noche. Estamos celebrando la muerte de un artista “inmortal” que en vida, y a propósito del teatro, dijo:
Pero como les comentaba en un principio, me había preparado y ya tenía citas y comparaciones de sus obras de teatro para hacer evidente la carga poética que las hace eternas… No obstante, de último minuto, todo cambió: un acontecimiento personal y uno histórico, me hicieron decidir referirme a otros dos textos escritos por Federico: una Charla en torno al teatro y un ensayo, una conferencia en torno a la fuerza vital del verdadero artista de la cual “Sólo se sabe que quema [...] como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida.” Y estamos aquí congregados, en el aniversario 70 de su muerte, para rendir homenaje a un hombre que renegaba de las etiquetas. La muerte, que le tomó –quizás- desprevenido, le confirió la etiqueta de “victima del absurdo y la intolerancia”. ¿Por qué celebrar su final y no el inicio de sus días? Un nacimiento es una puerta abierta a infinitas posibilidades… ¡Deberíamos celebrar el arribo a este mundo de su Mente creadora, luminosa, sensible! Pero, no es un nacimiento ni su alegría de manos diminutas lo que hace surgir al duende, que es decir “el espíritu oculto de la dolorida España”, y me atrevo agregar: el espíritu oculto de nuestro México pleno de magia. Pues según Lorca: “En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país. […] Al duende ¬–continúo citando a García Lorca¬- hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.” Y una vez pronunciado lo anterior, les compartiré aquello que me decidió a cambiar, o mejor dicho transformar la temática: Una celebración de la Muerte, la aceptación a corazón recién florido del fallecimiento de dos seres amados y respetados por su obra, por sus acciones, por sus palabras: Rafael Ramírez Heredia y Mamá Callita: mariposa 88, abuelita de sonrisa como leche tibia, niña pájaro que también se decidió a ascender, girando, hacia el azul ligero de la noche. Estamos celebrando la muerte de un artista “inmortal” que en vida, y a propósito del teatro, dijo: Queridos amigos: Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes, banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso organizado, aunque sea de buena fe. […] Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de aserrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido. Nada más necesario que replantearnos cual es principio y la finalidad del nuestro oficio, de nuestra vida dentro de la Gran Vida Universal. Uno de mis seres favoritos, el psicomago, Alejandro Jodorowsky afirma: “Uno no va al teatro para escapar de sí, sino para reestablecer el contacto con el misterio que somos todos. […] Si la finalidad de las otras artes es crear obras, la finalidad del teatro es directamente cambiar a los hombres: si el teatro no es una ciencia de la vida, no puede ser un arte.” Replantearnos, digo, observar cristal adentro. Intentar con todo que el acto creativo sea también un acto de amor a los demás. (Y aquí me detengo para señalar la labor de Verónica y Francisco Lope, y el acto de entrega vuelto libro que nos convidó Melba Alfaro: “La otredad”). Un acto de amor hacia los otros… Al respecto Lorca nos dice: “Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.” Y agrega: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo.” Así pues, cada quien que se asuma “responsable” desde su trinchera. Y después de “asumirse”, también es necesario exigir a las instituciones, al gobierno, que se le brinde a la cultura los recursos y espacios necesarios. Asumirnos: “El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad.” Y pienso, queridos amigos, que también para ello es necesario morir. Morir a los vanos intereses comerciales y recuperar la esencia sagrada. Recuperar el color ardiente de la entrega, el íntimo latido que todo lo trasforma. Según el mismo Federico en su Teoría y juego del duende: “…no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.” Y entonces, garcía Lorca nos cuenta como: “Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque tú no tienes duende.” Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que Federico había conocido, dijo también esta espléndida frase: "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". Y ni tardo ni perezoso, García Lorca nos dice: “Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte.” Son esos sonidos de “sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,” que Federico sentía con toda la belleza de su angustia en Nueva York. Pero ¿cómo se manifiesta el duende?, se preguntarán ustedes. En su Teoría y juego del duende, Federico nos narra un hecho esclarecedor: Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. Sí, queridos amigos, lo que Federico propone es liberarnos del apego a los rígidos caminos de la forma exacta, liberarnos también de las inútiles ilusiones representadas por el Ángel y la Musa: Hay que trabajar, hay que entregarse, dejarse llevar por el sentimiento natural. Severo crítico, amante de la muerte. Amante del duende amante de la muerte, García Lorca señala: “Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta. [...] Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, [...] Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado! En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.” Estamos rindiendo homenaje a aquel que en cada una de sus obras invocaba al duende poniendo al filo de la navaja a todos sus personajes. Llevando al extremo del abismo una situación para empujarla y hacerla estallar en el aire hasta convertirla en un universo pletórico de supernovas, un universo henchido de poesía. “La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.” “¿Dónde está el duende? –Pregunta nuestro poeta – Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.” El duende estuvo y está en Mamá Callita, la Niña pájaro que luchó a brazo partido contra el cáncer. El duende estuvo y está con Rafael Ramírez Heredia quien nos regaló su excelente narrativa, su pupila exacta que mira insomne los mundos ignorados. El duende está en el Federico que ni muerto muere. Federico sin límites que hasta el día de hoy sigue incendiando los más íntimos rincones de nuestra sangre.

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