Princesa del divino imperio azul…
Quién besara tus labios luminosos.
Recuerdo aquella noche…
hablaste del vergel Amor,
donde es casi imposible cortar una rosa sin morir,
porque es rara la flor en que no anida un áspid.
Y me dijiste de la terrible y muda esfinge de bronce
que está a la entrada de la tumba.
Y yo estaba espantado,
porque la gloria me había traído,
con su hermosa palma en la mano,
y el amor me llenaba con su embriaguez,
y la vida era para mí encantadora y alegre
como la ven las flores y los pájaros.
Y ya presa de mi desesperanza, esclavo tuyo,
oscuro genio Desaliento, huí...
Quería contarte un poema sideral
que tú pudieras oír, quería ser tu amante ruiseñor,
y darte mi apasionado ritornelo.
¡Y en esa hora pienso en ti,
porque es la hora de supremas citas
en el profundo cielo
y de ocultos y ardorosos oarystis
en los tibios parajes del bosque
donde florece el cítiso que alegra la égloga!
¡Ahora quién besara tus labios luminosos!
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